Inicio / Opinión  / Viajes  / Una experiencia atípica como investigadora en el extranjero

Una experiencia atípica como investigadora en el extranjero

Nueva York

Debemos dejar ir la vida que habíamos planeado, y comenzar a aceptar aquella que nos está esperando.

La decisión de tener una experiencia personal en Estados Unidos cuando ya tenía una trayectoria hecha en mi país fue una mezcla de factores propios y de trabajo. A nivel personal, había visitado USA como turista varias veces y tengo familia en New York, de modo que la ciudad me era familiar. A nivel profesional, un curso de la New York Academy of Science y una pasantía en la Rockefeller University, me expuso a un vasto y nuevo conjunto de discusiones científicas, estructuras organizadas y gente. La perfecta combinación de una experiencia cultural nueva y la de vivir en New York como residente y no como turista comenzó a tomar forma. Tuve que esperar varios años.

En Diciembre del 2001 se desata una crisis de representatividad, económica, financiera y política en mi país – Argentina – cuya causa fue una larga recesión que había comenzado en 1998. El año 2002 se inicia en medio de una situación gravísima, nuestra moneda sufre una devaluación enorme, y a su vez sube el índice de inflación. La universidad donde trabajé por casi 20 años no era ajena a este colapso, mis hijos se fueron del país para perfeccionarse, mi marido estaba agotado. Yo estaba lista para un cambio.

Lo primero que debo decir es que lo mío no fue una fuga de cerebros. Yo no me vi empujada a salir de Argentina para poder seguir trabajando como investigadora. Era Profesora Asociada e Investigadora Independiente de CONICET. Tenía mi propio laboratorio en el Departamento de Farmacología de la Facultad de Ciencias Químicas de la Universidad Nacional de Córdoba, mi propia línea de trabajo y la mejor gente alrededor, eso sí, poco dinero para investigar, pero eso no era una novedad. Sin embargo, decidí irme. Por un tiempo me dije. Me marché para aprender cosas nuevas: nuevas formas de trabajar, nuevas técnicas de laboratorio, nueva ciudad, otro idioma, otras comidas….nuevo todo.

Busqué alguien con un perfil completamente distinto al mío, y lo encontré según creí en ese momento en la Columbia University. Luego de cruzar varios correos, me enteré que la doctora que me estaba contratando  mudaba su laboratorio a una Universidad del Estado de New Jersey: Rutgers University y que el campus quedaba en Newark. Una ciudad muy particular y muy diversa que me sorprendió en cuanto la conocí cuando fui a una entrevista y a firmar mi contrato por “UN” año.

A principios del 2003 en medio de una tormenta de nieve llegamos a New York. En una semana estábamos instalados en un departamento en Jersey City, New Jersey. A fines de enero comencé a trabajar, mi sueño cumplido a mis poco más de 50 años.

Jersey City tiene sus características particulares. Me enamoré de ella desde el primer día. Vivíamos a solo dos cuadras del Río Hudson, con unas vistas increíbles del sur de la isla de Manhattan, un tren al oeste a mi trabajo  y con el mismo pero hacia el este y a solo 10 minutos: Times Square.

Claro que muchas largas horas de mis “CATORCE” años de trabajo transcurrieron en el campus urbano de la Rutgers University, ubicado en la parte más elevada de Newark. A esta altura del relato debo decir que, luego de 3 años con licencia en mis cargos en la Universidad Nacional de Córdoba y el CONICET,   renuncié a todo lo que tenía en Argentina, lo que no solo incluía mi trabajo sino el estar cerca de mi padre, de mis hermanos, de mis amigos y de mi lugar en el mundo.

No puedo decir que Newark es una linda ciudad, el campus urbano era muy diferente de los jardines de árboles gigantes, de la  combinación perfecta de edificios antiguos y modernísimos y de la vista al Río del Este (East River) desde la ventana del laboratorio de la Rockefeller University. Muy distintas las caminatas desde la estación de trenes  (Penn Station Newark) al campus, que las del exquisito Upper East Side donde se ubica la Rockefeller University.  Pero yo iba a aprender y aprendí mucho más de lo que pensaba.

Newark es la segunda ciudad del área metropolitana de New York,  ubicada a solo 13 km al oeste de Manhattan, es totalmente diferente a lo que yo conocía hasta entonces. Tiene una mayoría poblacional de afro-americanos  (51%), con un nivel de educación promedio por debajo del resto del  estado de New Jersey y del promedio nacional. Hay gente que debe controlar sus armas, hay ladronzuelos que asustan por un celular o unas monedas, hay que no ser tonto y no caminar en la soledad de la noche por ciertas áreas.

Sin embargo, allí se vive y se trabaja. El centro tiene modernos edificios que son sedes de numerosas corporaciones. Es la casa de cuatro universidades  y de un elegante centro cultural. Tiene áreas urbanas y suburbanas muy particulares; una de ellas es un vecindario vibrante de mayoría portuguesa: el Ironbound, repleto de vida y de restaurantes que ofrecen comidas riquísimas y variadas. Tiene un parque (Branch Brook) con la colección de cerezos más hermosa que he visto; no faltó nunca en mi calendario el recordatorio de la temporada en que explotaban las flores rosadas de los más de sus 5000 árboles.

En Newark nació Edward W. Morley, un físico famoso por comprobar alguna de las teorías de Einstein (no la de las ondas gravitacionales)  y Sam J. Porcello o Mr. Oreo, un raro espécimen de  científico aplicado a la comida que desarrolló el relleno de las galletitas Oreo.  Paul B. Auster y su mezcla de existencialismo, absurdo y crimen ficcional. Brian De Palma, Jerry Lewis, Ray Liotta, Joe Pesci y otros famosos del cine. Savion Glover quien hizo bailar tap al pingüino de “Pies Felices”. Gloria Gaynor  y su “I will survive” y Whitney Houston, con su triste historia, crecieron en Newark. También Chris Christie, el actual gobernador de New Jersey  hoy conocido por su postulación a la presidencia de esta nación. No me voy a olvidar de mi  deporte preferido, Shaquille O’Neal y Aulcie Perry (una historia fascinante) comienzan sus primeros juegos de básquetbol en esta ciudad.

Newark me mostró otra cara de este país, una diversidad y un colorido a la que no estaba acostumbrada.

El grupo con el que estuve trabajando no era muy grande,  formado por unos pocos  investigadores senior, varios  postdoctorales y estudiantes de doctorado todos de distintas nacionalidades.  Tenía muchísimo dinero disponible para investigar y al año de llegar nos mudamos a un edificio nuevo con enormes laboratorios y todos los equipos que necesitábamos para trabajar. Desde el punto de vista científico fue una época excelente. Aprendí metodologías de punta y nuevas formas de trabajar, establecí muchos contactos, colaboré con gente de primer nivel, publiqué en buenas revistas, fui a congresos que no hubiera podido asistir desde Argentina, al menos no anualmente, ayudé a unos cuantos estudiantes argentinos a incorporarse al laboratorio para realizar su experiencia postdoctoral. Conocí gente inteligente, curiosa, apasionada por la ciencia, y por supuesto compartí  dudas, sinsabores, abandonos y frustraciones, las mismas que las de cualquier científico en cualquier parte del mundo.

Dicté cursos en otro idioma y con otro sistema de estudio para estudiantes jóvenes, y también para adultos que se reincorporaban a la vida académica o que recién la iniciaban. Estudiantes con otra formación, otras culturas, otras perspectivas históricas. El contacto directo con esa diversidad fue alucinante y enriquecedor.

Fui parte de una comunidad científica que estaba creciendo, que me dio mucho y a la que siento le hice mi aporte.

En lo personal bien, muy bien. Mejoré mi nivel de inglés (sin abandonar el fuerte acento cordobés), hice nuevas amistades locales y muy buenas amistades argentinas, de los que se vinieron y se quedaron y de los que están pero añoran volver pronto; disfruté de una ciudad pequeña como Jersey City, pudiendo ir a todos lados en bicicleta, caminado por sus calles y parques, desandando la explanada que recorre al Rio Hudson y saboreando riquísimas comidas en sus restaurantes étnicos.

Y viví, viví a Manhattan como nunca lo imaginé. Me tragué la ciudad, sus rincones, sus museos, sus teatros, sus miles de espacios, sus nevadas, sus primaveras, sus locuras.

No seré nunca más quien era. Eso es lo que es irse, a cualquier edad que lo hagas.  Hay un despegarse de tu pertenencia.  Se van los miedos, crece la confianza interior. Tiene un costo, sin duda.

Estoy organizando la vuelta a Córdoba, mi ciudad natal. Tengo que elegir y elegí volver.  En un tiempo charlamos sobre esto.

Hasta pronto