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Radiografía de un habitante neoyorquino: la vida en Manhattan

Manhattan

La City de Nueva York es un lugar que tiene una lógica de convivencia propia, con mucha competencia y a la vez mucha solidaridad. 

Permanecer un tiempo prolongado por estudio o por trabajo en Manhattan es una experiencia única, emocionante e intimidante a la vez.

Muchos piensan que la gente que vive en la City (así la llaman sus habitantes) son o parecen ser más inteligentes que otros estadounidenses, lo que podría ser cierto si consideramos como inteligencia la capacidad de resolver problemas que nos presenta la cotidianidad en el mundo concreto.

Markus Jokela, profesor de psicología de la Universidad de Helsinki, realizó diferentes pruebas para evaluar la relación entre inteligencia y migración. En su estudio sobre patrones de movilidad en los Estados Unidos, demostró que los jóvenes con mejores habilidades cognitivas tendían a moverse hacia las grandes ciudades. Su conclusión establecía que a los individuos con intelectos inquietos no les gusta quedarse en un lugar.

Poco más del 40 por ciento de los que viven en esta ciudad no nacieron aquí, es gente que se fue de su país o de su ciudad en busca de algo. Es decir que la población está preseleccionada: por ambición profesional, por apertura cultural, por un ambiente motivador o por necesidad. Voy a agregar algunas cosas más a la lista de los que, como yo, tienen esta creencia.

Sus habitantes poseen la voluntad de renunciar a ciertas comodidades. Crecí en Córdoba, por eso en los 15 años que viví en este país no elegí Manhattan para establecerme. Con un ingreso medio, existe la opción de vivir algo más alejado de la ciudad, gozar de grandes ventanales o patios, parques con mucho verde y espacios para estacionar. En Manhattan, sólo las personas de altos ingresos disfrutan de esas comodidades.

Fuera de casa

Es posible que la población de la City parezca más talentosa porque no separan su vida privada de la pública, actúan en la calle como lo hacen en su casa. Hoy en día, en los Estados Unidos, el comportamiento público se rige por lo que impone la televisión y la publicidad, los hace parecer con la cabeza vacía.

Los habitantes de Manhattan no han adquirido aún este don. Quizás porque viven gran parte del día fuera de su casa. Almuerzan en parques o plazas, toman su café caminando, van a trabajar en transporte público, recorren muy rápido largas distancias. Es difícil mantener una carita sonriente tantas horas al día. Por eso se dice que son rudos, ásperos.

¿Por qué no pensar que son espontáneos o naturales? Suelen ser informales y amistosos en el saludo diario. Es común escuchar: «Hello sweetheart» (hola cariño) –las feministas ya están acostumbradas–, o el clásico «How are you doing?» (¿cómo estás?) con una amplia sonrisa.

Como en otras grandes ciudades las conexiones aquí requieren de un mayor esfuerzo. Los horarios son duros, la ciudad grande, el tiempo limitado, y quedar con alguien implica organizar con días de antelación un plan específico. Tratan de maximizar la calidad de su tiempo libre. En la jerga del mundo laboral lo llaman: quality time.

Sin embargo, no les importa detenerse ante una consulta, pero debes hacerlo rápido. Si preguntas por una dirección y no la saben buscan a otra persona o recurren a su celular para obtener las coordenadas correctas. Tienden a comportarse con los extraños de la misma manera que lo hacen con las personas que conocen.

Causa común

Se supone que cuando más estímulos nos bombardean, más tratamos de encerrarnos en nosotros mismos e ignorar a los demás. Entonces, ¿por qué esta gente, que ciertamente enfrenta suficientes estímulos a diario, hace lo contrario? Ya he dado algunas respuestas posibles, pero aquí hay una más: las dificultades especiales de la vida en Manhattan.

Los departamentos son pequeños, casi nunca encuentras asiento en un colectivo o en el subte, sobre todo en horas pico, una mesa en tu restaurante favorito es difícil de hallar o están tan pegaditas que hace una conversación intima casi imposible. Todo se confabula para engendrar un sentido de causa común. Conozco tus problemas, son los mismos que los míos. Y así es como te tratan.

Compartir situaciones difíciles podría ser la base del notable nivel de cooperación que la población, aun siendo tan heterogénea, tiene en situaciones problemáticas. Si te dicen que no camines por esa cuadra, no lo hacen; si hay escasez de agua, no dejan que corra hasta que se soluciona. Muy pocos tocan bocina cuando hay congestión de tránsito, el peatón tiene siempre prioridad. Un empujoncito en el subte no molesta a nadie, todos quieren subir y llegar a casa. La gente obedece porque les da calidad de vida.

Viví un apagón de varios días por una falla en una central proveniente de Canadá, también el huracán Sandy que provocó enormes daños. No escribiré sobre esto, pero si diré que cuanto más serio es el problema, más intensas son las muestras de cooperación.

La regla de la celebridad

Otra forma de amabilidad que uno ve en esta ciudad es la prohibición implícita de mirar con curiosidad a la gente y ni que hablar de las celebridades. En Nueva York vive mucha gente famosa.

Si nos detenemos a pensar por un momento vemos la lógica de la situación. Hanks necesita que le hagamos ese favor, quiere hacer sus compras como el resto de nosotros, no deberíamos alterar su vida cotidiana. Vivir en una ciudad con tantas personas famosas les permite ignorarlas. Por supuesto, la regla con las celebridades que nos prohíbe involucrarnos es la opuesta a las otras expresiones de causa común que nos dictan participación.

Es posible que algunos de sus habitantes busquen el modo de irse de esta ciudad. Esto significa que los que se quedan, estadísticamente, están más hambrientos de ganancias a largo plazo o de encontrar la oportunidad que les cambie la vida, pero también están más nerviosos y ansiosos y, mucho más cansados. Rasgos que es posible se correlacionen con sus habilidades e inventiva.

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Población heterogénea

La ciudad de Nueva York tiene más de 8 millones de habitantes, es la mayor de los Estados Unidos. Algo más de 1.600.000 viven en Manhattan. Nueva York tiene 3.3 millones de inmigrantes extranjeros de más de 150 países, de los cuales 10 mil son argentinos (0.3%).