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Los cerebros de la pobreza

Los cerebros de lapobreza

Los cambios en la estructura cerebral se corresponden más fuertemente con los ingresos familiares en los niños más desfavorecidos.

En el mundo, la pobreza tiene rostro infantil. En América latina, niños y adolescentes presentan índices alarmantes de pobreza que, según Unicef, son muy superiores a los que padecen otros grupos de edad.

Los niños latinoamericanos forman parte de sociedades muy desiguales y con menores recursos, por lo que muchos no tienen acceso a niveles mínimos de alimentación, salud, vivienda, educación y recreación. La situación de pobreza y desigualdad se reproduce en el tiempo.

¿Sólo en América latina? Más de 16 millones de niños en Estados Unidos viven en familias con ingresos inferiores al nivel de pobreza federal.

Me pregunté, entonces, si algún laboratorio de neurociencia se había preocupado por caracterizar la asociación entre factores socioeconómicos y la estructura del cerebro de los niños. Encontré el trabajo de la doctora Kimberley Noble, pediatra y neurocientífica cognitiva de la Universidad de Columbia (EE.UU.). Su última publicación en Nature Neuroscience tuvo amplia resonancia y es tema de interés en diversos medios.

Causas y consecuencias

Dos de las preguntas que guiaron el trabajo de esta pediatra fueron: ¿cómo el estrés de la pobreza puede cambiar un cerebro en desarrollo? ¿Cómo esas diferencias en la anatomía del cerebro se traducen en los resultados escolares y en la vida?

En los humanos, la maduración de las regiones del cerebro responsables de las funciones cognitivas superiores continúa durante la infancia y la adolescencia, de modo que la ventana de la plasticidad cerebral que depende de la experiencia es muy amplia.

Las diferencias más notorias entre los 1.099 niños de distintas regiones de los Estados Unidos que fueron estudiados por el equipo de Noble se encontraron entre los estratos más altos y más bajos del espectro socioeconómico. Una exhaustiva medición de la corteza cerebral mostró que la zona más afectada era justamente la superficie del cerebro.

El análisis de los datos reflejó que los ingresos familiares se asociaron logarítmicamente con la superficie cerebral. Entre los niños de familias de bajos recursos, pequeñas diferencias en el ingreso familiar se relacionaron con diferencias relativamente grandes en la superficie cerebral, mientras que entre los niños de familias de altos ingresos, incrementos similares en los recursos de la familia se asociaron con muy pequeñas diferencias en esta área del cerebro. O sea que los cambios en la estructura cerebral se corresponden más fuertemente con los ingresos familiares en los niños más desfavorecidos.

Estructura familiar

Lo más novedoso de estos hallazgos es que las diferencias en el rendimiento en tareas de función ejecutiva podrían explicarse por diferencias en el área de superficie cerebral.

¿Qué mecanismos se ponen en funcionamiento en esta situación tan compleja? ¿Cómo cambiaría la pobreza un cerebro en desarrollo?

En una entrevista, Noble explica: “Estamos muy interesados en dos aspectos de la estructura familiar. El primero es la vía de la inversión, o lo que el dinero puede comprar. Los padres con más recursos pueden comprar más libros y juguetes, pagar la experiencia para el cuidado de sus hijos, proporcionar vivienda en mejores barrios, y ofrecer mejores oportunidades de aprendizaje dentro y fuera del hogar”, dice.

“La segunda posibilidad es la vía del estrés familiar: las familias que enfrentan presiones económicas deben lidiar con estresores que están asociados con una crianza menos cálida y sensible. Si los padres están muy preocupados acerca de cómo mantener las luces encendidas, o tienen que tener un tercer trabajo, son menos capaces de estar presentes con sus hijos”, agrega.

¿Qué posibilidades reales existen de poner a prueba estas hipótesis y así averiguar si una o ambas vías son las responsables de las diferencias en el desarrollo del cerebro de los niños?

La única manera de saberlo es ir más allá de los estudios de correlación y realizar experimentos. Noble es parte de un equipo de científicos sociales y de neurocientíficos que están planeando hacerlo.

Reclutarán mil familias de bajos ingresos en el momento del nacimiento de sus hijos. La mitad de ellas recibirá un suplemento importante en sus ingresos mensuales, y la otra mitad recibirá un suplemento mensual nominal. Los pagos serán mensuales durante los tres primeros años de vida de sus hijos.

De esta manera, se estudiará el efecto de la reducción de la pobreza en el desarrollo cognitivo, emocional y del cerebro de los niños, así como el efecto sobre el comportamiento de la familia.

Servicios sociales

Que la hipótesis pueda ser probada, no significa que el destino de estos niños de bajos recursos está establecido y que no podría ser mejorado. Como neurocientíficos, sabemos que un cerebro en desarrollo es maleable.

La educación infantil resulta importante, pero es poco probable que la brecha desaparezca centrándonos sólo en la escolarización.

Ahora sabemos que la grieta en el rendimiento es significativa aun antes de que los niños lleguen a la escuela, e incluso en el preescolar. Se necesitan intervenciones dirigidas a las familias cuando el primer hijo llega al hogar.

Sin duda que si este tipo de estudios demuestra que la reducción de la pobreza beneficia el desarrollo de los niños, serán argumentos fuertes a favor de programas de servicios sociales más generosos destinados a las familias pobres.

Contacté a Noble para preguntarle cuál era para ella el hallazgo más importante de su trabajo.

Me respondió: “Yo diría que el hallazgo más importante de este trabajo es que el aumento de la superficie del cerebro de los niños fue proporcionalmente mayor en la franja inferior del espectro por cada dólar de aumento en el ingreso familiar. Eso significa que, si esta evidencia es representativa de una relación causa-efecto, entonces es de esperar que aquellas políticas que reduzcan la pobreza tengan los mayores efectos sobre el desarrollo cerebral de los niños. Sin embargo, debo hacer también una advertencia importante, y es que hay una notable variabilidad, con muchos niños de bajos ingresos que tienen una gran área de superficie cerebral, y muchos niños de altos ingresos con superficies más pequeñas. Así que crecer en la pobreza de ninguna manera significa que un niño esté ‘destinado’ a tener un cerebro de un tamaño en particular”.

El estudio de Noble se vincula con otro más reciente del psicólogo Seth Pollak y sus colegas de la Universidad de Wisconsin, Madison, quienes compararon los resultados de pruebas de desempeño académico con el volumen de tejidos de ciertas áreas del cerebro en niños de diversas edades.

¿Qué hallaron? Que los pequeños que crecieron en familias que estaban por debajo de la línea de pobreza tenían volúmenes de materia gris entre un 8-10 por ciento por debajo del desarrollo normal. No encontraron diferencias entre los niños de clase media y los de familias pudientes. En otras palabras, si bien el dinero no es directamente proporcional al desempeño, cuando ocurre una disminución abrupta en los ingresos, la ausencia de recursos tiene un efecto perjudicial en el desarrollo.

Pollak sostiene que los niños tienen la capacidad de acomodarse a muy diversas circunstancias, pero afirma que, quizás, el cerebro humano no puede ajustarse cuando el nivel de pobreza es extremo. Lo impresionante es que la brecha en el desarrollo mental todavía estaba presente en los niños que pudieron ser evaluados hasta los 22 años.

Solemos pensar a la pobreza como una cuestión de política social. Ahora podemos verla como un problema biomédico, una condición ambiental tóxica que afecta a los niños. Un aspecto que debería continuar siendo estudiado.

Los cerebros de lapobreza
El texto original de este artículo fue publicado el 16/01/2016 en la edición impresa de La Voz del Interior, Cordoba, Argentina.