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Qué dice la neurociencia del cerebro lector en la era digital: ¿se lee igual en papel que en pantalla?

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Libros electrónicos y tabletas se han vuelto más populares a medida que estas tecnologías mejoran, sin embargo las investigaciones sostienen que la lectura en papel aún presenta ventajas únicas.

La tecnología codifica nuestras mentes

Desde la década de 1980, las investigaciones en campos tan diferentes como la psicología, la ingeniería informática, la ciencia de la información y las neurociencias han investigado estas cuestiones, sin tener el asunto resuelto.

Hasta antes de 1990, la mayoría de los estudios concluían que la lectura en pantallas era más lenta, de menor precisión y menos completa que en papel.

Unos años después, los resultados fueron más inconsistentes: aunque las conclusiones de los estudios previos se confirmaron, otros encontraron pocas diferencias significativas en la velocidad de lectura o en la comprensión de un texto entre papel y pantallas.

Encuestas más recientes muestran que, aunque la mayoría de la gente todavía prefiere el papel, en especial cuando se requiere concentración en la lectura, las actitudes han ido cambiando a medida que mejora la tecnología del texto electrónico, lo que ha vuelto más común la búsqueda de datos o de entretenimiento en libros digitales.

Aun así, la evidencia de experimentos de laboratorio, encuestas e informes de consumidores indica que las pantallas no logran recrear adecuadamente ciertas experiencias táctiles de la lectura en papel y, por sobre todo, la navegación intuitiva y satisfactoria de textos extensos.

Estas dificultades de la navegación pueden, sutilmente, inhibir la comprensión lectora, ya que consumen más recursos mentales y dificultan recordar lo que se está leyendo.

Hay un aspecto físico de la lectura en papel que nos lleva a preservar lo mejor de las “formas antiguas”, aunque sin dejar de saber o aprender a utilizar las nuevas.

Navegando paisajes textuales

Comprender en qué se diferencia la lectura en papel de la lectura en pantallas requiere una explicación de cómo el cerebro interpreta el lenguaje escrito.

A menudo pensamos en la lectura como una actividad cerebral relacionada con lo abstracto, con pensamientos e ideas, metáforas, motivos y temas. Sin embargo, en lo que respecta a nuestro cerebro, el texto es una parte tangible del mundo físico que habitamos.

El cerebro considera las letras como objetos físicos porque en realidad no tiene otra forma de entenderlas.

De hecho, no nacemos con circuitos cerebrales dedicados a la lectura. La escritura se inventó hace poco tiempo en nuestra historia evolutiva (finales del IV milenio AC), por lo que el cerebro debió improvisar un circuito neuronal para la lectura conectando regiones dedicadas a otras habilidades, como el lenguaje hablado, la coordinación motora y la visión.
Algunas de estas áreas cerebrales “reutilizadas” se especializan en el reconocimiento de objetos, son las redes neuronales que permiten distinguir al instante una pera de una naranja.

Así como se aprende las características de una naranja –redondez, piel gruesa– se aprende a reconocer cada letra por su disposición particular de líneas, curvas y espacios huecos.

Caracteres como los del idioma chino, japonés o hebreo activan regiones motoras del cerebro que participan en la formación de estas representaciones en el papel. El cerebro “realiza” los movimientos de la escritura al leer, incluso con las manos vacías.

Un texto impreso activa la corteza prefrontal medial y la cingulada (procesamiento de las emociones) y la corteza parietal (señales visuales y espaciales).

La percepción del cerebro de un texto es como una especie de paisaje físico. Con la lectura se construye una representación mental de lo escrito en la que el significado está anclado a la estructura. La naturaleza exacta de estas representaciones no se conoce, aunque es probable que sean similares a los mapas mentales que se crean de montañas y rutas o de espacios físicos, como casas u oficinas.

La memoria visual de un fragmento particular de información escrita a menudo se recuerda por su ubicación en una parte del texto, “esto estaba arriba y a la izquierda de la página”, igual que se utilizan claves para recordar donde estaba estacionado el auto.

En la mayoría de los casos, un libro en papel tiene una topografía más obvia que el texto en pantalla. Se puede ver dónde empieza y termina, cuáles son los márgenes o sentir el grosor de las páginas. Todas características que hacen que sea fácil de recorrer, lo que permite la formación de un mapa mental coherente.

En cambio, la mayoría de las pantallas interfieren con la navegación intuitiva de un texto e impiden que las personas mapeen el recorrido en sus mentes. Si bien es muy fácil el desplazamiento o scrollling por un flujo continuo de palabras, o avanzar en una página a la vez, o usar la función de búsqueda para hallar un fragmento, se hace más difícil ubicar un fragmento en el contexto de todo el texto.

Para la mayoría de nosotros, sumergirse en un argumento requiere del papel. Los libros tienen tamaño, forma y peso discernibles, se ven, se sienten e incluso huelen de cierta manera. Para otros, la conveniencia de un lector electrónico portátil y liviano supera cualquier apego que pueda tener el tacto de un libro papel.

Nativos digitales

La adaptación es una característica del cerebro humano, que involucró a la escritura, a la lectura y, más recientemente, a la comunicación digital. La adaptación ahora depende de la velocidad.

Los nativos digitales forman parte de una generación que pertenece, ineludiblemente, a una sociedad globalizada e interconectada; su desarrollo se dio por medio de equipos informáticos, celulares, tabletas, videojuegos, Internet y la mensajería instantánea que forman parte integral de sus vidas y de su realidad social y tecnológica.

Navegan con fluidez y tienen habilidades que otros no poseemos, el uso de sus pulgares como un ejemplo. Estos nuevos usuarios enfocan trabajo, aprendizaje y juegos de forma novedosa: absorben con rapidez la información multimedia de imágenes y videos, igual o mejor que si fuera texto; consumen al mismo tiempo datos de múltiples fuentes; no toman nota pero si fotos digitales, esperan respuestas instantáneas; están siempre comunicados y crean sus propios contenidos.

Esta eclosión de la tecnología digital les está cambiando rápido y profundamente el cerebro.

Difícil comparar la interacción con el entorno que tuvo el cerebro durante el transcurrir del mundo analógico, antes de internet, con la infancia y adolescencia actuales sometidas a múltiples estímulos que requieren de una nueva adaptación.

La exposición diaria a la tecnología modifica las redes neuronales, se crean nuevos patrones y se debilitan los antiguos. Es probable que las redes neuronales de los nativos digitales hayan cambiaron notablemente en solo una generación.

El cerebro evoluciona a gran velocidad.

Las pantallas vinieron para quedarse

Quienes son nativos digitales crecerán sin el sutil prejuicio contra las pantallas que parece acechar a las generaciones mayores.

Las pantallas, obviamente, ofrecen a los lectores experiencias que el papel no puede ofrecer.

El scrolling puede no ser la forma ideal de navegar un texto largo y denso, pero los diarios y revistas crean notas y artículos altamente visuales, hay herramientas interactivas que no podrían haberse hecho en papel de forma práctica y algunos sitios de publicaciones electrónica ofrecen periodismo de formato extenso, con gráficos interactivos, mapas, líneas de tiempo, animaciones y pistas de sonido integrados.

Esto, y mucho más, depende del scrolling, lo que lo convierte en una fortaleza más que en una debilidad.

Es decir: cuando se trata de leer de forma intensiva textos largos sin formato, el papel y la tinta pueden tener ventajas. Pero, definitivamente, no es esa la única forma de leer.

Sin embargo, si usted es un fan del libro digital, cuando necesite un descanso, no subestime el poder de un libro en papel.

El texto impreso es como la meditación, centra nuestra atención en algo inmóvil, que no hace ruido.

Considere apagar sus dispositivos electrónicos, comprar un libro y acurrucarse para ingresar en el mundo estupendo de sus páginas.

Marta Lapid Volosin es doctora en Neurociencias @cienciaconcerebro

Nota publicada en el suplemento Número Cero del diario La Voz del Interior, Córdoba, Argentina