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Cerebros fugados, cerebros recuperados

Cerebros fugados, cerebros recuperados

Mi abuelo nació en Esmirna, Turquía de donde salió expulsado al inicio de la primera guerra mundial, para no retornar jamás. Pese a haber llegado a Argentina siendo un joven de 17 años, no tenía un acento marcado al hablar, pero cuando caminaba cuadra tras cuadra vendiendo lotería y canturreando bajito, lo hacía en su lengua natal. Tomaba café a la turca, bebía anís y contaba cuentos en los que entrelazaba palabras en su idioma. Cuando algo le disgustaba solía decir: «Esto en Esmirna no pasa», pero algunas veces repetía la misma frase a la inversa: «Esto en Argentina no pasa». En aquel entonces estas expresiones del abuelo me confundían.

En 2002 me tocó emigrar, una historia repetida ante tantas y diversas crisis argentinas. Al poco tiempo de llegar a mi destino comencé a entender que el abuelo con sus expresiones, sus cantos y sus comidas lo que estaba haciendo era preservar su identidad y su autoestima.

El enunciado crisis = oportunidad impone un enorme desafío.  Adaptarse a otro país,  a otra cultura y en muchas ocasiones a otro idioma pone a prueba el equilibrio emocional. Claro que en mi caso, como en el de tantos otros científicos argentinos, tuve acceso  inmediato al sistema académico de una universidad y eventualmente  podía decidir volver.

La migración es un fenómeno complejo y amplio, aunque como a tantos abuelos, que lo hicieron ayer,  y nietos o bisnietos que lo hacen hoy, nos une no solo  la búsqueda de algo nuevo, un nuevo proyecto, una nueva vida, sino también  el “¿Qué haces cuando no puedes irte ni tampoco volver?, al decir de Hisham Matar.

La pérdida de talentos

La emigración de científicos y  técnicos especializados al exterior por razones políticas o en busca de una mejor calidad de vida y de un presupuesto que les permita desarrollarse no es un fenómeno reciente en nuestro país.

La fuga de cerebros o “Brain Drain” como un fenómeno migratorio de individuos con una alta calificación científico-técnica ocurre hace más de 60 años. La pérdida es por partida doble,  científicos y técnicos no pueden desarrollar su capacidad y conocimiento en el sistema nacional y el aporte que hizo el estado nacional a su formación se esfuma (Banco Mundial, 1999)

La baja remuneración, la inestabilidad política, la inseguridad social, la dificultad para insertarse en el sistema científico público o privado y las crisis económicas son los principales factores de expulsión de científicos y técnicos de los países en desarrollo, como Argentina. Sus consecuencias no menos graves: atraso tecnológico, freno del desarrollo, ausencia de una política científica nacional con continuidad, un presupuesto bajo destinado a ciencia y tecnología, todo lo que impacta en la calidad de vida de científicos y técnicos por lo que muchos emigran o desean hacerlo.

Ciencia argentina: historia y números

Inmigrantes, como mi abuelo, llegaron a Argentina como parte de un flujo transoceánico que ocurrió desde 1880 hasta casi principio de los 50’, con breves interrupciones por factores extrínsecos a nuestro país. El país les ofrecía  nuevos proyectos marcados por la oportunidad de un ascenso en la movilidad social.

Este periodo también coincide con el de grandes inmigraciones de científicos, atraídos por los gobiernos que abrían las puertas para iniciar las bases del sistema científico tecnológico nacional. En 1946, por ejemplo,  Argentina contaba con el primer premio Nobel de Medicina, Dr. Bernardo Houssay,  y se posicionaba en la vanguardia científica latinoamericana y del resto del mundo.

Argentina era un país receptor de migrantes calificados que colaboraron en la formación de institutos científicos, fortalecieron las universidades y ayudaron a formar investigadores de excelencia.

Las condiciones políticas, sociales y económicas que se instalan a partir de la década del 60’ la transforman en un país que los expulsa.

Las etapas

1810-1870 Se favorecía la inmigración aunque la inestabilidad política impidió que se consolidara.

1870 – 1930 Se producen las grandes migraciones europeas que traen también científicos y técnicos que se insertan en el ámbito científico-académico nacional.

1930 – 1966 decae el flujo migratorio europeo pero comienzan las migraciones desde Latinoamérica. Con el golpe militar del 1943 se genera el  primer proceso de fuga de cerebros ya que se cierran institutos de investigación y se intervienen todas las universidades.

1966-1983. Restablecida la democracia, la actividad científica alcanza un período de florecimiento hasta la llegada de la dictadura en 1966. La Noche de los Bastones Largos. Más de 1300 docentes de la UBA renuncian, a la par que se desmantelan institutos de investigación pioneros en América Latina. La Gráfica 1 muestra el número de científicos que renunciaron y/o emigraron por Facultad.Grafica 1Demo

En 1976, casi una década después, otro gobierno militar impulsa la emigración de científicos sumada a la de personas sin formación.

1983 – en adelante. Con la caída del gobierno militar y el retorno a la democracia se produce el retorno de exiliados, el que, en cuanto al número de científicos y técnicos es poco exitoso.

Los números

Es innegable la carga ideológica que subyace a cada una de las perspectivas con las que es abordado el fenómeno de la migración calificada. Esto contrasta en forma llamativa con la falta de estimaciones precisas acerca de la magnitud que  alcanza,  los  ciclos  que  presenta  y  su  correlación  con  otro  tipo  de  acontecimientos.

Uno de los principales problemas a los que se enfrenta el observador (en la que me incluyo) de las migraciones  de  las  elites  es  la  falta  de  cifras.  A   quién   debe   considerarse   un  científico  emigrado y el desconocimiento de los movimientos migratorios son algunas de las dificultades (Gaillard, 2001).   En el primer caso hay cierto consenso en considerar solo aquellos que no vuelven al país; pero aún sigue siendo un inconveniente  la escasez de registros.  Estos registros  no pueden ser hechos en los países de origen, ya que quien se va puede no tener decidido quedarse. Los intentos de realizar los registros en el consulado dan poco resultado y las redes que vinculan a científicos de un mismo país aunque es una buena fuente no suelen ser exhaustivas.

El relevamiento de datos sobre migración es más factible en los países de  destino,  ya  que   éstos  controlan  los  procesos  inmigratorios.   Estados  Unidos  es quien ofrece  una  base  de  datos  minuciosa  relativa  a  los  científicos  extranjeros establecidos en su territorio.  La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) recomienda a todos los países miembros llevar este registro.

Estados  Unidos  posee  dos  fuentes: el  Servicio  Nacional  de  Inmigración  y  Naturalización  (INS por sus siglas en inglés) y  la SESTAT que es la  base  de  datos  de la  National  Science  Foundation (NSF) que  registra  recursos humanos en ciencia y tecnología residentes en EEUU de diferentes orígenes.

Según el INS, en Estados Unidos, entre 1931 y 1988 se radicaron en forma definitiva 153.699  inmigrantes  argentinos. Este número incluye a  todos los inmigrantes y abarca también a científicos, técnicos, ingenieros, etc.

Del registro de visas se obtiene que entre 1968 y 1998 se otorgaron 2.200 visas permanentes a profesionales argentinos con formación, cifra que debe   ser   ajustada   con   una   tasa   mínima   de   retorno   y   mortalidad   del 10%, lo que permite estimar que 2000 científicos   residían en forma permanente en ese país.

La NSF registra que entre 1991 y 1993 el 17% de las visas otorgadas para científicos latinoamericanos correspondían a científicos argentinos de distintas especialidades (Gráfica 2).Grafica 2 Demo

Según la base de datos SESTAT, en 1999 eran más de 10.000 los argentinos de un total de

10.981.613  de inmigrantes registrados, de los cuales 4.330 estaban activos en áreas de investigación y desarrollo.

Un año después la  NSF identifica  algo más de 2.800 investigadores nacidos en Argentina que se  desempeñaban en  los  EEUU.

Al estimar la migración a nivel mundial, se calcula que residían fuera del país hasta el año analizado (2000) aproximadamente  7.000 investigadores  argentinos, con un umbral mínimo de 5.000 (según INS)  y  de 7.000  (según SESTAT).

 El otro problema: no poder volver

Quienes se encuentran trabajando en el exterior coinciden en que el problema no está en la salida del talento en sí misma, ya que cuando se trabaja en investigación se asume que probablemente “tengas que salir”. El problema, para Argentina, no es que los científicos salgan del país, sino que no puedan volver.

Según se desprende de las cifras anteriores un porcentaje alto de los científicos expatriados no volverá nunca a trabajar al país.

Programa Raíces

Desde el punto de vista de las aproximaciones conceptuales, en el marco de crecimiento de la movilidad se puso en cuestión el concepto de «brain drain» y se generalizaron otras, como el «brain exchange», o el «brain circulation».

Es decir, pasar de una visión negativa o de pérdida, a otra que tienda a reivindicar los aspectos positivos de la movilidad, en la medida que las migraciones circulares o pendulares, con retornos transitorios de los migrantes, contribuyan a la consolidación de los mercados de trabajos locales y a su desarrollo.

Asumir el hecho de la existencia de una comunidad dispersa por el mundo y que, sin pretender el retorno, busca estrechar vínculos mediante el estímulo del sentimiento de pertenencia nacional o comunitaria.

En 2008 se implementó en Argentina una política de repatriación y/o de vinculación con los científicos e investigadores residentes en el exterior. El Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva, a través de la Dirección Nacional de Relaciones Internacionales, creó el Programa RAICES (Red de Argentinos Investigadores y Científicos en el Exterior). El Programa fue declarado política de Estado por la Ley Nº 26.421.

Hasta el momento se han repatriado 1.319 investigadores (CONICET, MINCyT)

Según datos de INDEC el total de cargos de investigadores dedicados a la investigación y desarrollo en la década 2001-2012 ha ido en aumento hasta duplicarse (Grafica 3),  pero no refleja un incremento real  a partir del 2008 cuando se implementa el programa. Este incremento podría asociarse más a la política de estímulos del gobierno nacional que a la repatriación de investigadores. La mayor cantidad de cargos en investigación corresponde a las universidades públicas (Grafica 4).Grafica 3 Demo

Los científicos emigrantes

Un eslogan subliminal asegura que afuera se vive mejor. Estos cantos de sirena hacen que perdamos de vista las complejidades que supone la adaptación a otro país.  Al principio, los emigrantes están tan concentrados en su integración que, en cierto sentido, se desconectan de lo que ocurre en su interior. Con el paso de los años, una vez conseguidos los objetivos laborales,  empiezan a sentir un malestar incierto.Grafica 4 Demo

Cuando uno decide irse suele hacerlo con la idea de volver. Pero, con el tiempo, volver es complicado, y uno de los problemas que surgen es la sensación de quedarse atrapado en el extranjero, con un pie en cada mundo. A veces hasta la decisión de comprar un mueble nuevo genera angustia porque eso supone ponerse demasiado cómodo en el país de acogida, cuando aún no se ha decidido dónde se quiere vivir.

Sobre todo los que se fueron con la idea de regresar descubren por el camino que la balanza de los pros y los contras les ayuda a decidir quedarse. Decisión que implica muchas renuncias, asumir que la vida en Argentina continuará sin ellos, que no estarán en los acontecimientos importantes de familiares y amigos, que siempre tendrán un acento que les hará diferentes. No es un tema trivial. No tener resuelto el tan estudiado “duelo migratorio” puede pasar de generación en generación. Sentirse siempre extranjero es un sentimiento inherente al emigrante, aun de aquellos que hayan alcanzado sus metas personales y/o profesionales.

Con el tiempo se generan gestos que mantienen la propia identidad: escuchar música argentina, cruzar media ciudad para comer algo parecido a “un lomito”. Hasta me atrevería a decir que,  luego de 70 años de vivir en este país, el abuelo  se negaba a canturrear en español.

Cuando la vuelta es posible, como en mi caso, fue necesario guardar energía para la llegada a Argentina. El tan nombrado “choque cultural inverso”. Nosotros, los de entonces ya no somos los mismos, decía Neruda. No se mira al mundo de la misma manera, hay aspectos de la cultura argentina a los que resulta difícil adaptarse, la imposibilidad de introducir en el entorno una nueva manera de hacer ciertas cosas, las cosas buenas que se traen del otro país.

El estado nacional debe continuar fomentando traer de vuelta el talento. Y no me refiero al  talento en la cabeza de científicos o profesionales con conocimientos científico/técnicos, sino el talento de aquellos  que han tenido que abrirse camino en el extranjero, que han desarrollado resiliencia, que han aprendido otra manera de vivir y de trabajar, ese es un verdadero talento.

Trabajo final para el Seminario de Demografía de la Especialización Comunicación Pública de la Ciencia y Periodismo Científico (FAMAF – Fac. Cs de la Comunicación, Universidad Nacional de Córdoba, Argentina

Cerebros fugados, cerebros recuperados