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¿Existe un lugar en nuestro cerebro donde se aloja la consciencia?

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La neurociencia detecta qué áreas cerebrales se encienden cuando, por ejemplo, hablamos. Pero sigue investigando cómo esa actividad da lugar a la consciencia.

Algunos de los problemas de la ciencia son tan complicados que es difícil encontrar preguntas significativas para resolverlos o pensar que la ciencia puede llegar a hacerlo. La consciencia es uno de esos dilemas.

La dulzura de un helado, un dolor de muela, una melodía agradable, el amor por los hijos, la angustia de una pérdida… ¿Es la consciencia sólo lo que uno experimenta? ¿O es multidimensional y temporal? Es decir, un conjunto de experiencias subjetivas con una dinámica particular.

Como una definición clásica, entendemos la consciencia como una capacidad de la mente humana que proporciona un saber sobre nosotros mismos y de nuestra situación en el mundo.

Aunque la consciencia es un concepto fundamental para comprender la naturaleza humana, está plagada de desafíos prácticos y conceptuales. Abordado por diferentes disciplinas, hoy la neurociencia trata de acordar cuáles son las estructuras anatómicas y procesos fisiológicos sobre las que se asienta.

 Las teorías abundan, pero son tan flexibles que las interpretaciones varían con un mismo conjunto de datos.

Con las herramientas actuales de la neurociencia se detecta cómo se activan y se comunican las neuronas, qué áreas cerebrales se encienden cuando hablamos, lloramos o tomamos decisiones, pero no hay una explicación de cómo esta actividad neuronal da lugar a la consciencia –si lo hiciera– ni se han encontrado marcadores confiables que indiquen su presencia o ausencia.

Despejando teorías

La Templeton World Charity Foundation (TWCF, siglas en inglés) es una organización sin fines de lucro que financia proyectos de investigación en la intersección de ciencia, teología, filosofía y sociedad. Uno de sus últimos proyectos es confrontar las teorías actuales de la consciencia para intentar dar algunas respuestas. El objetivo es reducir el número de teorías plausibles y comprobables por la ciencia y aumentar la legitimidad de las teorías restantes.

En octubre de este año, en Chicago, la TWCF aportó los primeros cinco millones de dólares, de un total de 20, para la primera fase del proyecto. El lanzamiento tuvo lugar durante la reunión anual de la Society for Neuroscience, el mercado más grande del mundo de ideas y herramientas para la neurociencia global. La fundación tiene la intención de financiar las investigaciones necesarias para evaluar seis teorías, pero comenzará con dos: la teoría del espacio de trabajo global y la teoría de la información integrada (GWT y IIT, por sus siglas en inglés).

 Dos propuestas

La GWT tiene al neurocientífico cognitivo Stanislas Dehaene (Collège de France, París) como uno de sus principales defensores. Propone que la corteza prefrontal del cerebro, el área de control de los procesos cognitivos de orden superior (como la toma de decisiones), actúa como una computadora central que recopila y prioriza la información que proviene de los sentidos para luego transmitir esa información a las áreas cerebrales que ejecutan las tareas.

Dehaene cree que este proceso de selección es lo que percibimos como consciencia y afirma que el comportamiento consciente surge cuando la información sensorial recopilada en un espacio de trabajo cognitivo se transmite a otros centros del cerebro.

Por el contrario, la IIT, propuesta por el neurocientífico Giulio Tononi (Universidad de Wisconsin, Madison), es más general, ya que sostiene que la consciencia surge de la interconexión de redes neuronales. Cuantas más neuronas interactúan entre sí, más se siente un ser consciente, incluso sin información sensorial. Según esta teoría, la consciencia es una propiedad intrínseca de una red cognitiva localizada en la parte posterior del cerebro donde las neuronas tienen la arquitectura necesaria para esta capacidad.

Lo que la GWT se pregunta es qué hace el cerebro para crear la experiencia consciente. “Este espacio de trabajo impone un tipo de cuello de botella de la información: sólo cuando se escapa la primera noción consciente, puede otra tomar su lugar”, explica Dehaene.

Por el contrario, para la IIT la consciencia comienza con la experiencia. “Ser consciente es tener una experiencia”, dice Tononi. “No tiene que ser una experiencia de algo, aunque puede serlo; también cuentan como experiencias los sueños o algunos estados de mente en blanco que se alcanzan con la meditación”.

A prueba

Para probar las dos teorías, laboratorios de varios países registrarán con tres diferentes procedimientos la actividad cerebral de 500 voluntarios mientras estos realizan diversas tareas: resonancia magnética funcional, magnetoelectroencefalografía y electrocorticografía.

Si los resultados experimentales refutan una de las dos teorías, tanto Dehaene como Tononi han aceptado admitir que estaban equivocados, al menos en cierta medida.

El proyecto ha suscitado críticas, principalmente porque la IIT es considerada una teoría demasiado general para ser comprobable, ya que trata de explicar por qué existe la consciencia, en lugar de cómo el cerebro determina si un estímulo es digno de atención consciente.

Computadoras y drogas

Enzo Tagliazucchi es doctor en Física e investigador de Conicet (laboratorio de Neurociencia Cognitiva Computacional, Dpto. de Física, Facultad de Ciencias Exactas y Naturales, UBA).

En el laboratorio que dirige hacen “neurociencia de la consciencia” con diferentes modelos experimentales, desde computacionales hasta con drogas psicodélicas.

Así comenta Tagliazucchi su posición sobre las dos teorías. “La GWT de Dehaene es una teoría sobre un fenómeno denominado consciencia de acceso, que es la consciencia en cuanto da la capacidad a alguien de decir o de actuar o de cambiar su comportamiento cuando se vuelve consciente de algo. Esto ocurre en la medida en que la información (por ejemplo, ver un objeto) no sólo activa las áreas del cerebro donde se representa la información visual, sino que además se propaga masivamente a todo el cerebro en una transición que es casi del todo o nada”.

Y sigue: “En esa explosión de actividad o la ignición del ‘espacio global de trabajo’, esa información se vuelve disponible para distintos procesos que pueden ocurrir en el cerebro, uno de ellos es hablar al respecto o sea generar el reporte, decir ‘yo vi tal cosa’. Este es el dato científico que la teoría intenta explicar y hace predicciones que, si bien son cualitativas, son posibles de evaluar”.

Luego continúa: “La IIT no es una teoría, en mi opinión no se le puede dar ese estatus. Tampoco digo que sea algo que no tiene valor, no es una teoría en la medida que es más general que una teoría y por lo tanto impone condiciones sobre los posibles mecanismos que tiene que cumplir una teoría aceptable sobre la consciencia, pero no es lo suficientemente específica como para determinar cuáles son esos mecanismos. Con estos puntos de vista, la iniciativa de Templeton no debería evaluarlas como si fueran teorías en competencia, porque una es una teoría y la otra es una especie de metateoría”.

Este tipo de concurso, bastante extravagante y poco común busca respuestas para una amplia gama de preguntas médicas y legales sobre los desórdenes de la consciencia. Para Tagliazucchi este tipo de iniciativas son positivas ya que fuerzan a hacer públicas predicciones que pueden ser evaluadas con experimentos que también se hacen públicos.

Dé respuesta o no a las opciones de cómo surge la consciencia, el proyecto de la fundación Templeton habilita un espacio de colaboración y de respeto de los resultados individuales y podría en ese camino establecer nuevas formas de hacer ciencia para problemas tan difíciles.

El texto original de este artículo fue publicado el 24/11/2019 en el Suplemento Numero Cero de La Voz del Interior, Córdoba, Argentina

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